El conservadurismo ha muerto

@chelogarciafan

Ortodoxia
5 min readFeb 7, 2021

El papa Gelasio I en una carta dirigida al basileus Anastasio de la pars Orientis afirmaba:
“Existen Augusto emperador dos poderes con los cuales se gobierna soberanamente este mundo: la autoridad sagrada de los pontífices y el poder real. Pero el poder de los sacerdotes es más importante porque, en el juicio final, tendrá que rendir cuentas ante el Divino Juez de los gobernantes de los hombres. Sabes bien, hijo clementísimo, que, aunque por tu dignidad eres el primero de todos los hombres y el emperador del mundo, debes agachar la cabeza piadosamente ante los prelados de las cosas divinas; al recibir los sacramentos divinos esperas de ellos los medios de tu salvación y sabes que en las cosas de la religión debe someterte a su juicio y no querer que ellos se someten a tu voluntad.”

En este párrafo se ha sustentado históricamente la teoría de las dos espadas. Es, sin duda, una buena base en la que apoyar la visión que este texto planea
exponer. El título escogido, a priori desalentador, es un primer paso necesario para construir un modelo ideológico básico. La primera piedra de una nueva y vieja Iglesia, porque no se puede construir sobre un edificio en llamas. Primero, hay que derribar la estructura manteniendo aquellas partes que no hayan sido afectadas por el fuego, que, en este caso, son escasas o directamente inexistentes.

Muchos conservadores aplaudirían mi opinión. Otros, sin embargo, me acusarían de ser excesivamente pesimista o incluso de servir a los intereses del enemigo, cual topo advenedizo que busca desbaratar al movimiento desde dentro. Siendo sincero, lo único que pretendo es trasmitir paz y tranquilidad.
El conservadurismo está tan fuera del debate público que ni siquiera puede decirse que esté fuera. Ello implicaría que está. A lo sumo, no puede decirse ni que exista. Es quizá un llanto que forma parte de la letanía de una sociedad que echa suertes con los que una vez fueron sus huesos. Suplicando ser resucitado por un nuevo mesías. Mucho me temo que eso no pasará. Porque el
conservadurismo no dispone ni de ganas, ni de estructura ni mucho menos de efectivos para consolidarse como una voz que deba tenerse en cuenta. Los debates en los que el conservadurismo saca bola, como el aborto, la sexualidad o la experimentación con células madre ni siquiera son discutibles.

La apisonadora mediática no ha tenido piedad ni siquiera con la eutanasia. Mientras escribo estas palabras, un titular del País reza lo siguiente: “Igualdad prevé el cambio de sexo legal sin informe médico y los tratamientos hormonales desde los 16”. Y no habrá reacción alguna política alguna.
Nadie considera que sean temas de discusión. Mientras que el debate público en televisiones y círculos intelectuales de izquierdas (risas enlatadas) pasa por discutir sobre si el sexo tiene género o no, los círculos de discusión conservadores empiezan a entender ahora que no se puede mantener un matrimonio forzoso con los liberales. Empieza a discutirse. Ahora. Cuando la ventana de Overton se ha desplazado tanto, que ya ni es ventana ni es de Overton.

Ahora que el enemigo nos ha succionado hasta el tuétano. Un enemigo que envenena a los pueblos de resentimieno, después los enardece de falsas promesas y finalmente, los despoja de sus bienes espirituales y materiales. Estamos tan perdidos y, sobre todo, tan atrasados que el pensamiento mismo de una remontada contra este Goliat es ciencia ficción. Al menos David sabía quién era su enemigo, y confiaba en que Dios le otorgaría la victoria. Nosotros aún estamos debatiendo si las piedras para la honda deben ser cuadradas o redondas.

Retomando el tema que da origen a este texto, nos encontramos ante una
disyuntiva. Armando Zerolo ha escrito que “empezaremos a ganar la batalla cultural (risas enlatadas), cuando dejemos de librarla”. Si se quiere seguir pintado algo en el debate político no hay otro remedio que claudicar. Enarbolar la bandera LGTBI, asumir ciertas concesiones de índole social e intentar que el progresismo no vaya demasiado lejos. Lo hará. Cumplir la función de contrapeso simpático y bonachón desprovisto de cualquier resquicio de amor propio al más puro estilo de Mendel Singer. Esta es la fórmula que están siguiendo la mayoría de partidos conservadores de nuestro entorno que cuentan con oportunidades reales de gobernar. Los que ya gobiernan, como los tories (con una aplastante mayoría absoluta), se han resignado a no hacer nada. Están poniendo en práctica a pies juntillas ese lema suyo que reza: “cambiar cosas para que nada cambie”. En su pecado llevan la penitencia. A un servidor se le hace imposible comulgar con esas ruedas de molino, porque mi Fe es más poderosa que el deseo de salvación por esta putrefacta sociedad. O, al menos, por la parte de ésta que no desea ser salvada. No puedo anteponer la relación con los poderes del mundo a mi relación con Dios.

Queda aún una segunda opción. Retirarse a nuestras abadías modernas. Alejados del ensordecedor rugir de las voraces gritonas de pelo morado. Reductos de una civilización vieja y cansada que solo quiere morir en paz. Eregirnos adalides de un mundo ya olvidado y, como aquellos monjes franciscanos del siglo XIV, recluirnos en nuestra tribu formada por una familia estable y feliz. Explicarles a nuestros jóvenes por qué las tradiciones son el cimiento de cualquier comunidad humana.
Enseñarles a escuchar el infinito silencio de Dios. E instruirles en las antiguas artes de nuestra especie. Hacer amigos por el camino con los que compartir recuerdos de una sociedad que ya fue. Acostarnos relajadamente a ver el mundo arder y apagarnos suavemente hasta el final de nuestros días.

Por no acabar de un modo desalentador, volveré a mi analogía del principio. “La primera piedra de una vieja y nueva iglesia”. Usaré mi cansada fe cristiana para recordar la resurrección de Lázaro. Quizá yo ya no vea un nuevo resurgir de esos viejos ideales que tanto calman mi conciencia. Sin embargo, es posible que un día, bajo las cenizas de una civilización borracha de progreso, se produzca un milagro y resurja una semilla capaz de generar esperanza.

Citando a Chesterton: “los hombres no se han cansado del cristianismo; nunca han encontrado cristianismo suficiente como para cansarse de él. […] se han hartado de esperarlo”.

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