@victornunezd
Hay veces en las que uno repara en que había permanecido largo tiempo en el error. Y el desengaño no tiene por qué ser necesariamente perturbador: hay equívocos cuya falsación nos vivifica y da esperanza. Habíamos asumido que la fase de profundización de las dinámicas individualistas y hedonistas que trajo consigo el capitalismo tardío se había saldado con la impracticabilidad definitiva de todo vínculo comunitario sólido. ¡Nada más lejos de la realidad! Pude comprobar, a raíz de una polémica reciente, que basta con que uno mente, a modo de pura sinécdoque, y sin ni siquiera entrar a valorar el fenómeno mismo (pero, ay, no está la mente contemporánea para sutilezas retóricas), basta, digo, con que a uno se le ocurra mentar el famoso satisfyer para que se movilice al completo y en formación de ataque la Hermandad del Santísimo Dildo, una alianza sobrevenida para blindarse a todo cuestionamiento de la primacía soberana que hemos acabado por atribuir al placer corporal autosuficiente, por encima de cualquier otra consideración.
En efecto, cuando uno se sirve metonímicamente de este recurso para poner el foco sobre una cuestión escabrosa (como es la de si no habremos abrazado alegremente una comprensión de lo que sea la libertad completamente esclavizante, una farsa ilusoria), no sólo se enardecen las brigadas femeninas que ven en el onanismo el cénit de la emancipación humana. Al calor de este núcleo irradiador a pilas se manifiestan, en apoyo de sus compañeras, toda una pléyade de aliados masculinos que apuntalan la tesis de que cualquier replanteamiento de las dinámicas de “liberación” sexual encierra, en realidad, un oscuro sentimiento de rencor por parte de aquellos hombres que, como servidor, no son capaces de asumir, en su incelismo misógino crónico, que la mujer opte antes por la satisfacción sexual autónoma que por la dependencia en el placer vicario con una pareja sentimental.
No sorprende la forma en que estos comandos de santos varones, que aspiran a ser más feministas que el Papa, escenifican un obsceno martirio público para exorcizar la culpa colectiva, un pecado original inscrito en la condición misma de hombre cishetero. Cabría mencionar que, sorprendentemente, ha habido no pocos casos recientes entre destacadas figuras que encarnaban las “nuevas masculinidades” que, a la postre, se han revelado como depredadores lúbricos en una magnitud mucho mayor que aquellos que, sencillamente, no se pavonearon de su condición de machos respetables y deconstruidos. Podría darse el caso de que lo anterior fuera pura casualidad y no causalidad, no nos aventuraremos a formular aquí una correlación positiva entre aliadismo y misoginia — further research is needed.
Podría parecer que toda esta reflexión es fruto de la selección interesada de casos aislados, y que el quilombo tuitero que se armó cuando yo expuse en un tuit que “El momento en que nuestra cultura abjuró definitivamente de la razón fue el día en que llegamos a creernos sinceramente que una piba de perfil whiskas-satisfyer está realmente más ‘empoderada’ que una monja”, bien pudiera ser anecdótico. Nos disuade de pensar que esta digresión responde a un ejercicio de cherry-picking intrascendente el echar una ojeada al vertedero socialmediático presente, con ejemplos como las reacciones viscerales que levantaron caricaturas houellebcquianas del sujeto neonihilista como la que hizo Esperanza Ruiz, o reivindicaciones de la masculinidad tradicional como la de Ana Iris Simón en Feria; o si atendemos a la popularización del término “incel” como epíteto despectivo y arma arrojadiza; o, más en general, a ese clima chequista de “cancelaciones” en base a la apostasía del Sagrado Dogma de la infalibilidad femenina. Sobre el tema incel, no dejen de leer el análisis en profundidad de Vidal Arranz en El debate de hoy, que invita a ver en los incels progres descarriados antes que peligrosos ultraderechistas, productos colaterales de las “carencias y promesas fallidas de la revolución sexual”. De la primera mujer referenciada, no puedo dejar de reproducir este extracto: “Se ha puesto de moda empoderar lo que cuesta esfuerzo cambiar: las patologías mentales, el hirsutismo, los michelines, la ignorancia”…
Es casi paródica la atribución a la homilía sacerdotal de aquella máxima que reza que “no debe confundirse libertad con libertinaje”. ¡Pero qué sabrá un patriarca virgen y retrógrado acerca de las deformación contemporánea de la noción de emancipación! (Cabe especular, por cierto, que si la reflexión que servidor hizo acerca del “empoderamiento” en el citado tuit se hubiera referido al homólogo masculino, y no a la analogía monjil, no habría levantado el más mínimo revuelo). En cualquier caso, es importante señalar que no fue un cura, sino Pasolini (el comunista homosexual y ateo) quien dijo aquello de “Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas”.
En fin, nos toca ahora callar para que hablen ellas, pese a que la condición de “ellas” nada diga sobre si una o une tiene o no la más remota idea sobre lo que está diciendo (¿No podría ser sencillamente, que tal sujeta no se hubiera parado a reflexionar en abstracto sobre una realidad que cualquiera que participe de la facultad del raciocinio podría analizar?). Me llegó a espetar una buena mujer que yo, en tanto que ni soy monja ni soy mujer, haría bien en callarme la puta boca. No le falta razón, dado que hemos consagrado la fundamentación subjetivista y “vivida” como lo único que confiere validez fáctica a una proposición. ¿Es o no es esto una abdicación, en la forma de una servidumbre voluntaria, de uno de los principios más centrales que animaron la labor filosófica? Me refiero, por supuesto, a la búsqueda de la verdad, con independencia de que esta la enunciara Agamenón, su porquero o su esposa.
Adviértase, en cualquier caso, el blindaje casi perfecto del que se dota esta visión de las cosas: el hecho mismo de replantearse si de verdad resulta deseable una compartimentalización y una fragmentariedad estanca de la discusión pública como a la que asistimos en las sociedades occidentales, es de por sí implanteable, pues ese cuestionamiento está expuesto a la objeción descalificadora de que se hace ya desde una posición “privilegiada” y desconocedora de las circunstancias personales sobre las que se afirman los “vectores de opresión” de los colectivos subalternos.
Un empobrecimiento acelerado de la esfera pública, en fin, el que vivimos, que ni siquiera está dotado de anticuerpos para frenar su propia degradación. Un fantasma recorre Europa: el fantasma de la mojigatería intelectual y de la moral del agravio.