En un submundo tan turbio y vacío de alma como el “Motivational Pinterest” para asesores de emprendedores y demás profesiones vacuas, rula una cita de Cervantes que dice: “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”. No es de extrañar, por otra parte, que se mancille una obra salida de un espíritu indómito como el de Cervantes en un mundo en el que los principales actores de poder se dedican a algo tan perturbador como la publicidad.
Acudamos a las últimas cuentas de resultados de, por ejemplo, Alphabet (Google y su entorno): los ingresos procedentes de Advertising no bajan en ningún caso del 80% del total de la compañía. Amazon, a priori un negocio diversificado (al menos por lo que nos deja ver al resto de mortales), en logística, media, e-commerce, etc… más del 70% de sus ingresos durante los últimos cinco años provienen de lo que ellos llaman “Products”, que no deja de ser su parte de las ventas al permitir comerciar en sus plataformas. Por último, Facebook, ahora Meta, obtiene la friolera del más del 95% de sus ingresos anuales en publicidad.
Lo que algunos llaman economía digital lleva siendo decisivo en nuestras vidas desde hace más de una década, pero en mi opinión, lleva aparejada aún más oscurantismo que los grandes industriales o productores en masa que nos vendieron en el cine y la literatura. Es difícil fiarse de Zuckerberg como es difícil fiarse de Bezos y de otros muchos que han decidido hacer de sus negocios plataformas para el adoctrinamiento ideológico. Al menos, si no eres izquierdista.
Resulta más sencillo fiarse de Elon Musk. Por varias razones, pero la principal quizás sea su dominio y cercanía con la cultura de internet. Fuera de eso, parece el único gran CEO tecnológico que vive en el mundo real. Remontándonos unos años antes de su éxito, podemos observar que parece un tipo hecho de otra pasta.
Sus padres emigraron a Canadá desde Sudáfrica y tuvieron que pluriemplearse para sacar adelante a su familia. Aunque no le faltaron becas de estudios, también conoció el acoso escolar primero y el servicio militar después para alejarse de esa visión tan positivista del individuo que suelen pregonar otras compañías. Elon Musk sabía programar con ocho años, pero la divulgación científica no parece importarle tanto como por ejemplo a Bill Gates.
Es un tipo raro para ellos y familiar para nosotros, que desde el principio de su carrera se alejó de la innovación tecnológica destinada a hacer del individuo un producto. PayPal, su primera empresa de éxito, fue considerado el primer banco de internet. Es decir, innovó en un sector que lleva en pie desde hace siglos y consiguió ser el máximo accionista cuando E-bay les compró.
Con 200 millones de euros en el bolsillo, la mentalidad de producir para el ser humano y no con el ser humano arranca con proyectos que parecen tener un disparadero automático havia el éxito, al menos mediático. Con la aventura de Space X, pionera en las empresas aeroespaciales privadas, Musk comienza a diseñar diversos modelos de negocio para el futuro cercano que implicaban cohetes y satélites reutilizables por varios países. Sin embargo, la dificultad de encontrar proveedores a menor coste que en EEUU le llevó a cambiar de planes y aliarse con la NASA en la gestión de la estación espacial internacional en el mayor contrato de la historia de la agencia estadounidense con un agente privado. SpaceX es así la punta de lanza de Elon Musk para lo que yo creo que es su visión del nuevo capitalismo de estado, es decir, optimizar al máximo los recursos de agencias y entidades gubernamentales para volver a los proyectos que hagan avanzar a la humanidad hacia nuevos paradigmas tecnológicos, no al revés. Y esto es así porque en cierta manera SpaceX ha desarticulado la NASA de científicos a cambio de morteradas y las mentes más brillantes de la ingeniería aeroespacial ya no quieren trabajar con el gobierno, sino con él.
Sin embargo, no siempre ha tenido el respaldo que esperaba o necesitaba. Por ejemplo, tuvo que cancelar su luna de miel porque en PayPal celebraron una junta extraordinaria para expulsarle que tuvo que sufragar volviendo a California en pleno viaje de novios. A su vez, con su siguiente andadura tras SpaceX, sucedió uno de los casos más curiosos que cualquier experto en tecnología calificaría de revolucionario.
Tesla, la mayor empresa del mundo de vehículos eléctricos, quiso prescindir de el en 2014, cuando hubo cierto estancamiento en esa transición al nuevo vehículo eléctrico con la que ahora todas las marcas nos bombardean. Quizá por pura supervivencia o quizá por bondad natural, a saber, Musk decide liberar todas las patentes que habían convertido a Tesla en el pionero de este desarrollo.
A partir de ese momento, el market boost es incuestionable, y prácticamente todas las marcas automovilísticas del mundo comienzan a desarrollar vehículos eléctricos debido a que podían conseguir la durabilidad de mínimos que tenían los primeros Tesla con sus baterías. Podemos ser bienpensados, y creer que Musk no buscaba ese impulso en el mercado automovilístico sino hacer posible que cualquier ser humano tenga un coche eléctrico en los próximos diez años. Pero la realidad es que su cabeza pendía de un hilo para los inversores de Tesla por la bajada de reputación de la compañía y la improbable llegada de la conducción completamente autónoma. Pese a ello, él siempre ha mostrado ante la opinión pública su contrariedad ante las patentes, cosa relativamente curiosa.
Y es curioso porque la idea empresarial de Musk no es la plena transparencia en los avances tecnológicos. Es precisamente en la innovación de los siguientes modelos de Tesla donde la duración de las baterías es la mayor del mercado en la que Musk muestra su verdadera cara respecto a sus posibles similitudes con el bienquedismo de Silicon Valley. Para el desarrollo de sus baterías, ahora en gigafactorías de Estados Unidos y Europa, Tesla compró una empresa puntera llamada Maxwell Technologies que aumentaba la densidad energética a 500Wh/kg y doblaba la capacidad de producción a un 10% menos de costes.
Como es de imaginar, esta tecnología estaba protegida por Maxwell en MDAs o acuerdos de confidencialidad, un know how que se tuvo que pagar caro. Este mismo año, siendo Tesla ya el líder del mercado, vendió Maxwell a UCAP Power pero mantuvo el secreto industrial de la tecnología eléctrica aplicada en baterías de vehículos eléctricos.
Tenemos así a un CEO y CTO de dos empresas enfiladas a mejorar la vida de los humanos, o al menos sobre el papel, una de ellas siendo líder de un mercado tan importante como el automovilístico y otra desamortizando la agencia espacial pública más importante de la historia. Elon Musk destaca así por sus dotes comunicativas y una adicción a un marketing estrambótico que pretende cambiar el camino marcado por sus competidores. Un sujeto revolucionario en una oligarquía tecnológica en la que nadie sabe bien cómo ha podido sobrevivir. Que tiene el apoyo del Deep State es obvio. La cuestión de fondo es si ese nuevo protagonista del futuro nos va a volver a llevar a los años de gloria del desarrollo tecnológico occidental o hacia un mundo aún más distópico.
Yo, personalmente, no sé cuál de las dos opciones es la buena.