Entre palabras y policías

Ortodoxia
8 min readMar 28, 2021

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Polisseo

Creación de las aves (1957) de Remedios Varo.

Uno no escribe estas cosas para salvar nada, ya que pareciese que está todo perdido, sino para aclarar ideas consigo mismo y con el que las leyese. Tampoco las escribe porque uno espere gran cosa de uno mismo, pero España no va a ser siempre este crepúsculo porque, aunque ahora veo las últimas horas del día arder en el cielo, sé qué volverá el alba. Creo que es menester ajustar la perspectiva y no caer en el España ya fue. Hay mucho amante de la derrota porque no creen en nada. Las personas que realmente creen en algo, aun en la soledad, aun en el horror, aun en la agonía, saben que hasta en la sombra hay luz.

El otro día paseando por mi ciudad con un sol del verano en marzo, mientras escuchaba un pódcast de historia, pensé en la derrota que sufrieron los españoles en la guerra franco-española de 1635 a 1659, en la que se enfrentaron dos de las mentes políticas más importantes del XVII: el Conde-Duque de Olivares y el Cardenal Richelieu, porque, además de que admiro a ambas figuras, hay un fenómeno que me fascina. No soy historiador, de historia sé realmente muy poco y no quisiera meter la pata, pero me resulta fascinante que la corte francesa odiara tanto a la española que la imitara en casi todo. Obviamente es matizable porque Richelieu se tuvo que enfrentar a un partido español en la corte francesa, pero el fenómeno en sí, el fenómeno de que la animadversión, el odio, es también admiración lo cual puede llevar a la imitación del otro odiado me fascina y me conllevó a pensar un poco en la condición mimética del ser humano, pero sobre todo en las palabras.

Las palabras no son inocentes, a no ser que se demuestre lo contrario. No hay que demandarlas siempre para llevarlas a juicio, pero siempre hay que sospechar de ellas. Durante siglos instituciones religiosas de diversas religiones han empleado el término hereje o equivalentes en diferentes lenguas para acusar de herejía, considerada un gravísimo crimen que podía costar incluso la vida, señalando al que discrepaba de las doctrinas establecidas. No me interesan aquí las herejías ni los herejes ni todo lo que los concierne históricamente ni tampoco yo sé mucho de ello, sino la función de la etiqueta hereje y su repercusión en la actualidad. Una de sus funciones ha sido mencionada anteriormente, señalar al que disiente, pero la etiqueta hereje tiene, entre otras con una función similar, otra función dada a su carga peyorativa: acallar al señalado, conseguir que se sienta mal por haber violado verdades y, a través de este sentimiento, se intenta conseguir en última estancia que cambie su forma de comportarse con respecto a la sociedad o neutralizarlo. En otras palabras, manipularlo.

La etiqueta hereje no se emplea en el debate público actual como es sabido, pero sí su función. La etiqueta que tenga esta función la llamaremos aquí palabra policía ―se puede emplear otra etiqueta si no convence, porque lo importante es identificar la función y darle un nombre―. Una parte del tablero, la que juega de verdad, emplea palabras policías constantemente hechas para el contexto actual. Juegan con los significados y los significantes. Saben perfectamente que los límites de las categorías son borrosos, pero esto no le resta utilidad, sino lo contrario, ya que pueden etiquetar a más personas para conseguir sus fines. No obstante, una palabra policía no puede funcionar en un contexto dado si no está mínimamente respaldada intelectualmente por un sistema de ideas que dé sentido a vivir en una comunidad. En el pasado era la religión, en concreto, el catolicismo en España. En la actualidad muchas personas han sustituido la religión o a Dios por la ciencia o una ideología política. Una palabra policía debe estar respaldada mínimamente en la actualidad por la ciencia o un conocimiento que se etiquete de científico para obtener el merecido prestigio de la ciencia, aun no siendo realmente una ciencia natural, como la ciencia política, o una ideología política fundamentada en preocupaciones, problemas, sean reales o imaginarios (opresiones wokes en Occidente), y necesidades de la sociedad o de una parte de ella.

Hay etiquetas asentadas anteriores a 1968 en la lengua que tienen hoy, en muchos contextos, la función de palabra policía, como machista o racista. Bien es cierto que el machismo y el racismo son realidades que existen (no se pretende negar lo obvio), pero en muchas ocasiones estas etiquetas no se emplean para describir la realidad, sino para acallar al disidente y, si es posible, intentar manipular su conducta. Esta función es la interesante. En las últimas décadas se han ido creando neologismos con esta función que emplean el sufijo -fobia: homofobia, gordofobia, transfobia, islamofobia, etc. Estos neologismos no serían operativos en el debate público si no se apoyasen en un problema, real o imaginario, y no estuviesen fundamentados intelectualmente. Las fobias son términos psiquiátricos que se pueden encontrar en cualquier manual de psiquiatría, en otras palabras, tienen el respaldo de la ciencia. Las etiquetas terminadas con el sufijo -fobia tienen también la característica de que se está patologizando implícitamente al disidente. Es decir, estas etiquetas no tienen sólo la función en el debate social y política de describir una realidad problemática (homofobia) o imaginaria (gordofobia), sino que tienen también la función de las palabras policías. Es menester discernir siempre cuando estas etiquetas se emplean para hablar de un problema real o cuando se emplean para acallar al que discrepa o a una idea que es poco compatible con el consenso político y social actual, porque muchas personas que las emplean se aprovechan de las diversas funciones de estas categorías y de sus límites borrosos en un contexto dado para actuar de policía del pensamiento.

En la otra parte del tablero que no juega sí hay jugadores en realidad, pero son muy pequeños debido a su posibilidad de transmitir su mensaje con éxito de transcender pequeños círculos para considerarlos un jugador equiparable al jugador que juega. El juego no está equilibrado y gran parte de estos pequeños jugadores emplean etiquetas que no funcionan tanto en la actualidad como en el pasado. Por ejemplo, la etiqueta comunista, tan pronunciada en la actualidad por ciertos comunicadores, no causa el temor del pasado ni sirve para gran cosa, salvo para la propaganda política entre los boomers, porque no estamos en la Guerra Fría y el comunismo no es un problema actual y los etiquetados de comunistas no coinciden muchas veces con la imagen que la mayor parte de las personas conciben en su mente, por lo que se puede caer en el ridículo entre las generaciones más jóvenes. Es, por ello, no producente en muchas ocasiones. Lo mismo sucedería con la etiqueta fascista si esta etiqueta no siguiera teniendo tanto público entre los boomers y jóvenes boomerizados.

Sin embargo, la parte del tablero que no juega ha realizado buenas jugadas. Por ejemplo, con la etiqueta provida. Con esta etiqueta se da a entender implícitamente que los que están a favor del aborto son promuerte, están a favor de la muerte, del asesinato, y lo que se oponen al aborto están a favor de la vida. Nadie que no tenga un gravísimo trastorno psiquiátrico, no tenga un mínimo de moralidad o sea una persona mala, porque el mal existe, está en contra de la vida. Esta etiqueta no es propiamente una palabra policía, pero es una jugada muy buena. Sin embargo y en mi opinión, no es todo lo operativa que podría llegar a ser, porque bastantes personas la vinculan con posiciones religiosas extremas. Aunque no sea verdad porque hay personas que no son religiosas y están en contra del aborto — como un servidor — , es un hándicap que se debería enmendar si se quiere llegar a más personas. No digo en absoluto que se deba modificar lo que uno es, pero, como los personajes de Stendhal que disimulan para conseguir sus fines, hay que disimular y, en algunos casos, hay que mentir para conseguir fines buenos. Hay que jugar con la mentira para ganar con la verdad. Hay que ser un poeta o, lo que es lo mismo, ser un fingidor. Con la verdad se gana en un concurso de ética, pero no en el debate público. Un ejemplo claro, entre miles que se pudiesen dar, es el actual presidente del gobierno nacional que ha llegado al poder y lo mantiene gracias a la mentira.

No obstante a lo dicho, la etiqueta provida sí comparte una característica importante con las palabras policías: el maniqueísmo. Crea una dicotomía entre el bien ―la vida― y el mal ―la muerte; el aborto―, dividiendo la sociedad entre los que están a favor de la vida y los que están en contra de la vida. Si no estás a favor de esto, eres el diablo. Las feministas no se han quedado atrás y han creado el término proelección («pro-choice») que se relaciona semánticamente, en los contextos en los que suelen emplearse, con la democracia. En otras palabras, si no estás a favor del aborto, estás en contra de que las mujeres decidan y esto se vincula implícitamente con la democracia; por lo que pudiera inferirse que los que rechazan el derecho a decidir de las mujeres ―parece que no es una creación del catalanismo, sino que ha sido tomado del lema «[Women’s] right to decide» del feminismo anglosajón con respecto al aborto― son antidemócratas y, por analogía, fascistas. Estamos ante un enfrentamiento dialéctico-mimético que es necesario para convencer en el debate público, como paso previo para vencer políticamente y aplicar las medidas que se requieran.

Sin embargo, muchas personas no se atreven a expresar sus razones en público y los medios de comunicación no prestan voz a las personas que sí se atreven, lo cual crea en apariencia un falso consenso en la sociedad. El ejemplo más claro es, en mi opinión, la inmigración ilegal. Si atendemos exclusivamente a los medios de comunicación, pareciera que casi todo el mundo está a favor de la inmigración descontrolada y, quien no lo está, es un racista pero, si fuésemos a un barrio obrero o a las ciudades dormitorios de las grandes ciudades, por ejemplo, y preguntásemos a las personas que están en la calle sobre la inmigración descontrolada y estas nos fuesen honestas, es probable que la mayoría de las personas nos contestasen que están en contra de la inmigración ilegal y descontrolada.

Volviendo a las etiquetas, no creo que sea fácil que la parte del tablero que no juega emplee conscientemente palabras policías y no creo que sea lo más adecuado, aunque esto es discutible y me puedo equivocar. Creo que el camino está en etiquetas como provida pero, dado que el ser humano es un ser mimético y estamos constantemente imitando de forma inconsciente los deseos, las acciones, las ideas, etc. del otro, es muy difícil no emplear inconscientemente palabras policías y otros tipos de palabras que busquen neutralizar al adversario dialéctico. Por ello, hay que jugar a su juego, copiarles lo mejor y mejorarlo para ganarles. El relato ―odiosa palabra― gana al dato, porque los humanos vivimos de mitos y no de verdades, pero no puedes construir un relato sin términos que sustenten tus tesis. Hay que crear nuevas etiquetas para categorizar nuevas realidades. Escribir un relato con los términos del adversario es como disparar con su mano y con su revólver: la bala irá hacia ti. Pero ni siquiera te llegará la bala si no haces nada; por eso, ante todo, hay que atreverse, hay que ser valiente. Si las palabras son un arma que gane el mejor.

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