ETA, Esquerra y el wishful thinking

Ortodoxia
3 min readJun 27, 2021

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@Macondo1440

Esta semana, acudí a la Casa Árabe de Madrid para la presentación de «El terrorismo en España. De ETA al Dáesh», el nuevo libro del historiador e investigador de la Fundación Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo Gaizka Fernández Soldevilla. Una de las intervenciones más interesantes del historiador fue respecto a ETA, su “antifranquismo accidental” y el error que cometieron el resto de fuerzas antifranquistas en su percepción de la banda. Según Gaizka Fernández, las élites antifranquistas de la Transición consideraron a ETA como una organización primordialmente antifranquista y como tal asumieron que muerto Franco, aprobada la Ley de Amnistía y consolidada la democracia, ETA dejaría de matar. Nada más lejos de la realidad, pues ETA no hizo sino aumentar su actividad terrorista durante los años 80 y 90.

No obstante, y de nuevo según Gaizka Fernández, ETA nunca engañó a nadie a propósito de su antifranquismo, ya que ellos siempre se identificaron claramente y por encima de todo como nacionalistas vascos que tenían por objetivo la separación del País Vasco del resto de España. Para apuntalar su argumento, Gaizka Fernández parafraseó a Julen Madariaga, uno de los artífices de ETA, en que «ETA luchaba contra España como si no hubiese Franco» y que, «si se hubiese proclamado la Tercera República, habrían luchado contra la Tercera República». Además, apuntó que en ETA se llegó a usar el término “antifranquista” con carácter peyorativo contra el PNV, pues ser antifranquista implicaba que a uno le importase la política española.

En lugar de aprender de este error de wishful thinking, parece que las élites españolas se han propuesto no salir de él en sus relaciones con las demás organizaciones separatistas, incluido el antiguo brazo político de la banda terrorista. El caso catalán es especialmente ilustrativo de esto. A finales de 1990, se hacía público el Programa 2000, un plan de acción ideado por el pujolismo que propugnaba sin ningún tapujo y con ciertos tintes totalitarios la infiltración del nacionalismo en todos los ámbitos de la sociedad catalana: desde la alta administración hasta las asociaciones de padres. Más de diez años después, Aznar ofreció a Pujol una fusión entre CiU y el PP –según Artur Mas con no poca insistencia– de acuerdo con la cual el PP desaparecería como marca en Cataluña a cambio de contar con el apoyo permanente de CiU en Madrid. Un plan brillante para lidiar con una organización que tenía como objetivo estratégico echar a España de Cataluña.

Más recientemente, tras las innumerables tropelías que los separatistas catalanes han perpetrado contra nuestra democracia y nuestros derechos –golpe de Estado fallido mediante–, se nos lleva anunciando desde hace un par de años –y no sólo desde el PSOE y sus altavoces mediáticos, también desde otros sitios– que se abre (¿o ya estamos en ella?) una nueva etapa de catalanismo “moderado”, “pragmático”, “no-hiperventilado”, liderada por ERC. Lo asombroso de esto es que ERC no ha cambiado una coma de su programa separatista, de sus ideas hispanófobas, de su desprecio por las leyes… ni tan siquiera de sus formas. Y lo más importante: tampoco han intentado convencer a la opinión pública de lo contrario.

Se le atribuye a Raymond Aron, no sé si correctamente, el divertido aforismo de que a la izquierda se la juzga por sus intenciones y a la derecha por sus resultados. En España –será porque el centro nos lo marca el nacionalismo periférico– las élites españolas no sólo hacen caso omiso de las intenciones y las acciones de los partidos separatistas a la hora de juzgarles e interactuar con ellos, sino que ni siquiera toman en consideración lo que estos partidos dicen abiertamente. Si el wishful thinking que hubo con ETA en la Transición pudo llegar a tener un pase dado que ETA era todavía una organización joven –“sólo” habían pasado siete años desde su primera víctima mortal a la muerte de Franco– y estábamos ante un cambio de régimen en toda regla, llevar cuarenta años insistiendo en el mismo error con los partidos separatistas no tiene perdón de Dios. Salvo que no estemos ante un caso de wishful thinking, sino más bien ante unas élites que prefieren hipotecar el país a largo plazo (cada vez menos largo) para poder procurarse un par de años más mandando. Lo que, bien pensado, tampoco tiene perdón de Dios.

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