La posibilidad de una derecha obrera

Ortodoxia
6 min readMay 2, 2021

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En 1911, G.K. Chesterton publicó un poema extenso titulado “La Balada del Caballo Blanco”, que rápidamente se hizo lo que hoy podríamos considerar “viral” entre la crítica literaria inglesa y sus compañeros de pluma. A medio camino entre las leyendas artúricas, los cantares de gesta y un manifiesto nacionalista, el poema narra con la belleza sublime que caracteriza al autor la victoria de Alfredo El Grande sobre los vikingos daneses, en una batalla contra el paganismo y su triunfo como rey de Wessex.

De la historia de la batalla de Ethandun, la idea de una defensa de la cultura cristiana tiene su nicho principal en la previa a la victoria, en la que Alfredo El Grande se hace pasar por un trovador en el campamento base de los vikingos para descubrir su estrategia, lo cual desemboca en un pasaje de intercambio con otros trovadores allí presentes y en el cual, protagonista desecha la posibilidad de vivir bajo la anarquía pagana para su civilización. Victorioso en su misión, Alfredo regresa con los suyos para preparar la defensa a la invasión vikinga atravesando, un bosque cercano en el que se encuentra con una campesina.

La campesina, tomándole por un buscavidas cualquiera, le encarga quedarse al cuidado de unos panes que preparaba para su familia, a lo que Alfredo asiente sin prestar atención a dicha tarea debido a que en su cabeza rondaban los planes para su futuro reinado como monarca de una nación embrionaria de anglosajonia. Los panes de la campesina acaban quemados y le riñe con violencia, pero tras descubrirse como el rey de Wessex, entra en ella el terror de la mayor de las equivocaciones. El mito de Alfredo El Grande queda así asentado, al ser él quien se disculpa ante la humilde campesina y prometerla reparaciones a mayor gloria de su reino.

La Balada del Caballo Blanco sirve a Chesterton para consolidarse como versista y a su vez como pensador político en su tiempo. Tal es así, que historiadores como Christopher Dawson, en Los Orígenes de Europa, citan esta obra como un soplo de aire fresco para autores historiográficos, al colocar el factor espiritual en una posición preeminente en la historia.

Por su parte, el Padre O`Connor, sacerdote católico que sirvió de inspiración a Chesterton para crear el personaje de el Padre Brown, consideró que la inspiración del autor para escribir ciertas estrofas fueron colocadas por Dios en su subconsciente:

Siendo este el tono de la obra, que posteriormente sería llevada consigo por miles de soldados ingleses para aplacar sus miedos durante la I Guerra Mundial por recomendación de Churchill, el planteamiento de Chesterton respecto al pueblo y el orgullo nacional como conectores de la comunidad política fue calando hondo en una etapa de convulsas manifestaciones obreras. Tal es así, que el prominente ateo socialista George Bernard Shaw comenzó un periplo contra las ideas que empezaron a circular entre los trabajadores y campesinos que se consideraban apolíticos, pero que encontraron en la obra de Chesterton una razón de ser más profunda que las ideologías derivadas del marxismo.

Shaw, dublinés de nacimiento, se oponía a las religiones organizadas y tras la publicación de La Balada del Caballo Blanco, centró sus conferencias en polemizar respecto a la figura de Jesucristo, invitando indirectamente a Chesterton a replicar ante miembros de la Academy . Esto ocurrió meses después, en el auditorio Guildhall en Cambridge, con casi mil asistentes en el público, en la que no llevó ningún discurso preparado y como afirmó:

Posteriormente, y tras muchos roces, Chesterton y Shaw se sentaron en varias ocasiones a debatir, con Hilaire Belloc como moderador, sobre las cuestiones más trascendentales de su tiempo, pero normalmente centradas en atajar los problemas de desigualdad y pobreza que había causado el desarrollo del capitalismo durante el siglo anterior y la cuestión obrera: distributismo contra socialismo puro y redistribución contra propiedad. La elegancia de los intervinientes se solía mezclar con un espíritu impetuoso similar al del debate de amigos en una taberna. En uno de estos encuentros, normalmente con público, los socialistas seguidores de Shaw solían achacar a Chesterton su no pertenencia a una familia humilde cuando Belloc entraba a rebatir las provocaciones de Shaw. Era una forma de equilibrar el tablero que el orondo autor asumía con deportividad:

Como se puede extraer de todo lo expuesto, los conservadores nunca han contado con el mismo favor del público que sus rivales políticos, quizás por mala prensa, quizás por elitismo o tal vez por incapacidad. A pesar de ser Chesterton un hombre alegre, jovial y gustoso de transitar los mismos bares que los obreros, los mensajes de Shaw eran más parecidos a lo que querían escuchar los desarrapados.

Llegamos aquí al punto en el que casi noventa años después, la derecha europea sigue sin hacerse del todo digerible para las clases medias-bajas. El auge del populismo nacionalista parece servir de embudo, pero no cuaja en un movimiento transversal y ciudadano. El sindicalismo en nuestro país, abandonado para las organizaciones de clase y partido, pasa por sus peores momentos en décadas al ser una filfa que no pretende confrontar lo que se nos viene. Y es ahí donde pretende entrar la nueva derecha a través de Solidaridad, un sindicato de partido pero desclasado y sin propuestas que escapen de las acciones de oposición que defiende la organización política que lo engendró.

El problema, una vez más, es la propia política (y sus actores) como quimera de la sociedad civil y el veneno que deja como rastro en los movimientos populares. El dilema respecto a organizar algo parecido a un obrerismo conservador es paralelo al de izquierdas: si sus actores políticos deciden contra el trabajador ¿va esa organización a oponerse frontalmente y a movilizarse? La experiencia nos dice que no.

Sería una verdadera lástima que Vox no dejara establecer sus propios principios y acciones al sindicato con el que pretende aglutinar a los que dice defender del globalismo, pero sería aún más penoso que no encuentren, en el futuro, a nadie mejor que un diputado autonómico para ser la cabeza visible de dicho movimiento patriótico.

Aún así, hay que tener en cuenta una cosa, y es que el trabajador, obrero, autónomo, etc de nuestro país sigue la máxima: De casa al trabajo y del trabajo a casa, (porque el afterwork y las cañas suelen ser cosas de white collars). Los trabajadores españoles no creen en la clase, ni se identifican plenamente con ninguna. Tampoco quieren que le den la brasa con soflamas políticas y su único deseo es estar a gusto en su puesto de trabajo. Por ello, sólo cabe la organización dentro de la propia empresa, pero de una forma diferente a las vías actuales.

El sindicalismo sin carnet de partido sólo es posible en nuestro país de manera sectorial y sin el clasismo que defiende la izquierda. En España, el único sindicato que puede tener poder es el vertical, porque como en toda organización en la que se reparten unas cuotas de poder, se tiene más atado al de arriba. El mito de la connivencia empresarial con el obrerismo fascista se cae por su propio peso cuando conoces al empresario español. Deben ser los sindicatos los que ofrezcan el chanchullo y no viceversa, que es como funcionan actualmente los comités de empresa. Y su cuota de poder debe ser un poder organizativo ajeno a la legislación actual, centrada en comités representativos y anclados a un modelo que ya no tiene sentido.

El problema de Solidaridad reside en su mito fundacional: el dirigente, en este caso político, debe entender a la campesino como lo hizo Alfredo El Grande. La clase media no es ni mucho menos un instrumento, es la esencia de una comunidad económica estable e igualitaria que lleva molestando décadas al socialismo, y que a pesar de la inutilidad de la derecha liberal, aún no está perdida.

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