“¿Pero tú que esperas de la vida, hijo?”

Ortodoxia
4 min readJan 16, 2021

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Mi ritual antes de irme a dormir se compone de tres elementos: cepillado de dientes, rezo y fumar en la terraza. Ahora acompaño la última parte de este proceso con alguna canción que aparece al abrir Youtube. Y esto es así porque el confinamiento me hizo detestar la soledad nocturna y los pensamientos intrusivos antes de pegar la oreja a la almohada.

Por caprichos algorítmicos apareció There Is a Light That Never Goes Out en primera posición y decidí escucharla. Más allá de los recuerdos que me trae esa canción, creo que con veinticinco años he logrado entender que es una oda a la vitalidad más que a la libertad o a la despreocupación. Y es una pena, porque prácticamente, todos los jóvenes de mi edad, y más pequeños, llegan a The Smiths por ver 500 Días Juntos, una obra cultural hegemónica que pretende explicar el amor y las relaciones sentimentales desde la ilusión y la “chispa”.

Gracias también a otros productos literarios y musicales, las claves con las que entendemos la vida en pareja se centran en la desconfianza mutua y el establecimiento de unos roles predefinidos que no dejan espacio para la sorpresa. El hombre es malo o débil. La mujer es mala o tonta. Por tanto, si el equilibrio que reina en las expresiones culturales de la sociedad resulta en un saldo negativo en nuestra concepción de la vida marital, el interés por llegar a la eternidad junto a alguien seguirá decayendo.

¿Y a qué viene este conjunto de majaderías basadas en productos pop? Pues, para empezar, porque es cierto eso que dicen los boomers de que no somos tan especiales como nos creemos o nos han hecho creer. Es tan cierto, que ni siquiera nos lo creemos. No creemos en la construcción de una vida común, en la que lo único que deseemos sea sortear las piedras del camino e ir quitándolas para los que vienen detrás. No nos creemos capaces de encontrar algo que nos llene para siempre. Lo efímero y pasajero está ya tan intrínseco en nosotros que el mero hecho de replantearte el camino descrito resulta disruptivo.

El hilo por el que quiero llevar la discusión sobre la familia como institución fundamental es más individual que conjetural. Porque observar el entorno es algo que cualquiera mínimamente despierto puede hacer cuando se le acaba el contrato con la ETT y el pago del alquiler recae solamente sobre tu pareja. Si los jóvenes más formados y titulados de este país pueden analizar el contexto que les rodea, tanto a través de la ficción como de los papers, nos queda la duda de si son capaces de realizar una interpretación aplicable a la realidad como sí que hacen los que no se interesan tanto por la historia, la política o la economía. El análisis sobre precariedad y modelo económico suele dejar atrás el componente individual de las prioridades de los que tienen más inquietudes.

No es el capital, no es Netflix, no es PRISA. Es un esquema de roles sociales artificiales que se acepta sin mayor miramiento. Papeles antinaturales en los que se oponen la valía personal con el futuro en común junto a otra persona. La retirada de la bondad en esta ecuación es el broche de oro para el totum revolutum; ¿Quién no ha pensado “qué tonto/a, mira todo lo que hace por su pareja”? ¿Quién no ha dado consejos sobre cómo olvidar a una persona cuando aún se podía salvar la relación? Una conceptualización burda puede ser algo así como “el síndrome del falso pedestal”, un soporte de barro para cada uno de nosotros.

Sin querer entrar a rebatir las coordenadas que han expuesto otros autores sobre el tema a lo largo de esta semana, sólo puedo decir que la cosa se me queda corta en el ámbito socioeconómico. Es algo difícilmente palpable sobre lo que deberíamos poner más empeño en reconocer y no solamente culpar al Satisfyer o a los gatos.

Por eso, a la generación Z, la que nos va a salvar, sólo podemos animarles a, en primer lugar, descubrir en sí mismos lo que pueden ofrecer a los demás. También, a cuidar sus relaciones sin buscar equilibrios artificiales. Para ello, la sinceridad es clave en un mundo de avatares digitales. Y si antes he descrito las relaciones sentimentales como un camino en el que sortear y quitar piedras, es cristalino que la monogamia es el único principio que va a evitar que tengan una doble vida (porque sus consecuencias son desastrosas).

Cuando una persona se convierte en tu prioridad, los sacrificios nunca son en vano. El tiempo es irrecuperable y si de verdad sientes un empuje hacia fuera por alguien, nunca te vas a arrepentir de lo compartido. La construcción de una pareja estable y un matrimonio duradero no se reduce a unos términos de uso para la convivencia, ya que hay elementos que siempre se van a escapar de tu control. La época que te ha tocado vivir hace que el vitalismo consista en que no te de pereza contestar un mensaje. Nunca lo has tenido tan fácil para construir cosas duraderas con pequeños detalles.

En numerosas ocasiones nuestros padres nos han preguntado “¿Pero tú que esperas de la vida, hijo?”. Muchos no han sabido contestar. Y los que lo han tenido claro es más que probable que no lo hayan encontrado aún o puede que ni lo encuentren. Por eso, las matemáticas, el género y los roles nunca van a ser eficaces ante amar, luchar y priorizar. Lo externo, lo que se te escapa, siempre tiene solución. Precariedad, deudas, y una cultura adversa no son más fuertes que la voluntad humana. En una cuestión capital para nuestro futuro como comunidad hay que empezar a preguntarle a nuestros mayores “¿Qué esperáis de nosotros?” para empezar a aclarar ciertos conceptos sobre lo que buscamos.

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