Silencio

El pasado miércoles se estrenó en un cine de Roma un documental titulado “Francesco” en el que salían unas declaraciones de Su Santidad el Papa Francisco realizadas a la cadena Televisa en mayo de 2019 en las cuales afirmaba que:
los homosexuales tienen derecho a estar en una familia. Lo que debe haber es una ley de unión civil, de esa manera están cubiertos legalmente.
Estas declaraciones contradicen lo apuntado en mayo de 2003 por San Juan Pablo II en una audiencia con Su Santidad Benedicto XVI, que por aquel entonces ocupaba el cargo de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en las cuales señala que
la iglesia enseña que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar la aprobación del comportamiento homosexual ni a la legalización de uniones homosexuales. El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la unión matrimonial como base de la familia, célula primaria de la sociedad actual, sino también ofuscar valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad. La iglesia no puede dejar de defender tales valores, para el bien de los hombres y de toda la sociedad.
Este hecho ha convertido al Santo Padre actual en un juguete del discurso político de la izquierda, pero lo peor no es eso, lo peor es el silencio con que estas palabras han sido afrontadas en los sectores conservadores y ortodoxos; empezando por la curia vaticana y acabando por la prensa conservadora, si es que esto último existe.
No pienso que el mensaje tenga una intencionalidad divulgativa para la feligresía, e incluso es más que probable que fuese moldeado y tergiversado para fines impuros, como la práctica periodística. Más bien es consecuencia del tipo de gentes que han ido adentrándose en la comunidad eclesiástica en los últimos años. Desde hace más o menos una década las administraciones eclesiásticas no han discurrido por un cauce muy dispar a ese por el que han fluido las demás organizaciones políticas y sociales que de una manera u otra influyen en el pensamiento colectivo.
Aunque miremos para otro lado, este hecho es innegable y la institución eclesiástica en cierta medida se está impregnado de influencias interseccionales como por ejemplo, la homosexualidad. Más que como lobby, el avatar escogido para su presentación en sociedad es el de una especie de mayoría silenciosa que está omnipresente en toda la iglesia, desde el alto clero vaticano hasta los seminarios. Para hablar de lobby necesitaríamos hablar de un grupo de personas que en conjunto actúa por una causa. Este caso es todo lo contrario.
La mayoría silenciosa no se manifiesta de una manera evidente y directa, sino que opta por caminos escondidos para indirectamente influir en el católico medio. En la ciudad de Sevilla, un escenario en que el catolicismo se vive de una manera más pasional y todo se exterioriza mucho más, un gran porcentaje del personal perteneciente al ámbito que rodea la preparación de la semana santa, la organización de las hermandades o la disposición de cultos es homosexual en la sombra.
Me refiero a trabajos relativos a la orfebrería, la confección de bordados y otras labores relacionadas con la conservación del patrimonio material de las hermandades. Estas gentes están consiguiendo que se consume una reforma estética imponiendo su norma y su método, desligando a las imágenes barrocas de su esencia original, siendo infieles a la finalidad de su concepción, banalizando el culto y desespiritualizándolo. Esto alimenta la tentación de abandonar a Dios y es harto peligroso, pues no se nos debe olvidar que nuestra fe se encarna en las realidades materiales.
Los católicos debemos mantener viva la alianza de Dios con el mundo sensible. Uno de los ataques más graves que puede sufrir el catolicismo es la iconoclastia luterana y calvinista, mediante la cual se intenta destruir la belleza material y la representación artística de Dios, que nos recuerda que se hizo hombre.
Cuando la referencia bíblica se diluye, la praxis pastoral se modifica, pero ¿qué dice exactamente la Biblia sobre la homosexualidad?
Los textos bíblicos en los cuales podemos identificar ciertas referencias a la homosexualidad se encuentran principalmente en el antiguo testamento. Pueden dividirse en cuatro bloques. El primero,la carta de s. Pablo a los romanos, 26–27. Segundo, el pecado de Sodoma (Gn 19, 1–29), que cuenta la historia de dos ciudades a orillas del Mar Muerto; Sodoma y Gomorra, conocida sobradamente por el público general por la lluvia de fuego que Dios hace caer como castigo a las prácticas homosexuales de los varones de las villas. Tercero, los “prostitutos sagrados” (Dt 23, 17; Job 36, 14…), que son textos en los cuales se condena la sacralización pagana de la prostitución varonil. Y cuarto, el Levítico (Lv 18, 22; 20, 13) que son textos bastante directos y explícitos en los cuales se prohíbe la práctica homosexual; “Si alguien se acuesta con varón como se hace con mujer, ambos han cometido abominación: morirán sin remedio, su sangre caerá sobre ellos”

En lo que al nuevo testamento se refiere no se conoce ninguna sentencia de Jesús que condene directamente la homosexualidad. En los evangelios no encontramos alusión alguna a este tema, será porque el Señor vivía en un núcleo de comunicaciones que iban más allá de los problemas sexuales de cada uno y estos son trasladados a un segundo plano.
También es cierto que la predicación de Cristo es bastante compleja, puesto que pese a que se suele decir que el señor predicaba en parábolas para hacerse comprender por los hombres sencillos de su época, es falso, ya que cuando uno se pone delante de parábolas como la del administrador infiel entre otras, apreciamos una complejidad que nos dificulta el entendimiento. Lo que Jesús hacía era adoptar aspectos de la vida cotidiana de su auditorio, pero no para dotar de sencillez a su lenguaje.
El lenguaje del señor tiene bastante carga irónica; véase el diálogo con la samaritana en el pozo de Jacob (Jn 4, 1–45) en el cual Cristo le hace presente los pecados a la mujer con la delicadeza del lenguaje literario. La función poética del lenguaje dota a las palabras de una capacidad de convicción mucho más fuerte que la que tiene el propio lenguaje doctrinal.

Con esta declaración, el padre jesuita James Martin nos demuestra que solo la Iglesia perdurará hasta el día final, porque está fundada en Cristo, todo lo demás son construcciones humanas caducas, que dieron buenos frutos en su momento y que morirán en la carrera de la edad. No sientan pena por San Ignacio, primero porque está en el cielo y segundo, porque la Compañía no fue su proyecto personal, sino para mayor gloria de Dios.
“Eres un exagerao” escucharás decir al aficionado del silencio cómplice, que en su interior quiere que resplandezca la verdad, pero no la dice en voz alta por miedo a perder las virtudes del poder y el favor de las altas relaciones. Sí, esa persona que cuando un valiente suelte la verdad, le deslizará por las costillas el becqueriano frío del metal oxidado (por la la espalda, como siempre) cuando le toque responder postrado ante el poderoso que ha sido atacado soltando el típico “No le eches cuenta, es un sieso”.
Pese a que el fariseísmo abunde, la mierda se huele de lejos.
Este artículo ha sido escrito e ilustrado en su totalidad por rrgzzzz